¡¡¡Hola de nuevo!!! Después de muuuuchos días sin actualizar ninguno de mis blogs, vuelvo con una entrada muy especial para mí 🙂
No voy a buscar excusa. Es cierto que he estado ocupada, algo perjudicadilla de salud y distraída con mil cosas, pero supongo que no es excusa para dejar de publicar por aquí. En cualquier caso, confío en que se me pase la pereza y me ponga las pilas con la entrada del curso 😛
Hoy os traigo un cuentecito que escribí hace un tiempo para alguien muy especial que pasaba un mal momento. No tenía intención de publicarlo, iba a ser algo solo para ella, pero resulta que esta personita es mágica y no se le ocurrió otra cosa que ilustrar mi modesto cuentecillo con esta pedazo de ilustración que veis aquí, así que, como comprenderéis, ¡tenía que enseñarlos ambos!!!!
¿Por qué hoy? ¡¡Porque esta personica tan maravillosa cumple años!! Eso es, y me ha parecido una manera bonita de felicitarla. Así que, va de nuevo por ti, señorita Ingrid Gala. Te deseo un millón de «nuncas». Nunca cambies, nunca me dejes, nunca borres tu sonrisa, nunca dejes de crear, nunca pierdas tu magia, nunca te dejes pisar, nunca dejes de crecer, ¿he dicho que nunca me dejes? ¡¡Nunca!!! Porque desde que te tengo la vida parece más bonita.
¡¡¡¡Te quiero!!!!!!!!
P.D. Los personajes de este cuento son inventados y no es culpa mía si guardan alguna semejanza con alguien real… O sí, ¿de quién va a ser la culpa sino mía? Jajajaja Lo que quiero decir más bien es que, si alguien se pica, como dicen en mi pueblo: agua y ajo, ea.
ESTEFANÍA JIMÉNEZ
LA HECHICERA DEL BOSQUE Y LOS CINCO PAJARITOS
Hace muchos, muchos años, vivían en un enorme bosque cinco pajaritos cantores, que hacían las delicias de todos aquellos que los conocían con sus melodías. Y es que, no solo eran talentosos y divertidos, sino luminosos, pues cantaban por el simple hecho de que eso les hacía felices; y por ello y para ello, los pajaritos ponían su alma en su música.
Una tarde de otoño, el gran colorín del bosque les ofreció participar, como cabeza de cartel, en el famoso festival de primavera que se organizaba cada año en el bosque. Los cinco pajaritos se pusieron muy contentos, y desde el primer momento empezaron a hacer planes para que aquel festival resultara memorable para todo el mundo.
El talento ya lo tenían, solo hacía falta ensayar un poco; sin embargo, tras echarse un vistazo objetivo los unos a los otros, se dieron cuenta de que sus plumas marrones y sin brillo no eran suficientemente llamativas para un festival de esas características. Sí, quizás todos los adoraran por su música, pero ellos se sentían en deuda con sus seguidores y deseaban darles mucho más. Deseaban ser hermosos y luminosos para ellos.
A uno de los pajaritos se le ocurrió la idea de acudir a la hechicera del bosque para pedirle ayuda, pues de todos era conocido que ella era mágica y poderosa, así como bondadosa.
Cuando llegaron a su cabaña, este pajarito quedó prendado por la belleza de la hermosa hechicera nada más verla; y ella, al verse en sus ojos llenos de amor, en su voz llena de alma, no pudo menos que enamorarse también de él. Por supuesto, aceptó ayudarlos en todo lo que pudiera, por el sencillo hecho de que ella era feliz viendo al pajarito sonreír.
Y así comenzó a trabajar día y noche, sin descanso, construyendo unos trajes de plumas mágicas para ellos, para lograr que el día de festival se vieran tan grandiosos como las estrellas.
Trabajó y trabajó, usando un sorbo de espuma de mar, un poco de luz de estrellas, una pizca de rayos de sol, un pellizco de arcoíris. Trabajó y trabajó, sin importarle otra cosa que esa sonrisa que a ella hacía sonreír. Trabajó tanto que incluso olvidó que ella también tenía una vida y debía vivirla. Tanto que no recordó que las hechiceras no pertenecen a este mundo, y que la suciedad y maldad en él tienden a provocar efectos devastadores en sus cuerpos delicados y puros. Así pues, durante el tiempo que trabajó en las plumas nuevas de los cinco pajaritos, nuestra pequeña hechicera olvidó visitar el mundo mágico, algo que era vital para ella, pues solo allí podía renovar la energía que necesitaba para mantenerse fuerte. Poco a poco, su cuerpo comenzó a sentir los estragos de permanecer mucho tiempo sin esa energía y enfermó. El exceso de trabajo no hizo sino empeorar su estado, pero ella solo podía pensar en llevar felicidad a sus amigos los pajaritos, y, especialmente, a su amado.
Sin embargo, contrariamente a lo que cabía esperar, los pajaritos no parecían sentirse felices con sus progresos. Por el contrario, cada vez le exigían más y más. «Más brillo, más luz, más sol, más arcoíris… Y más rápido, más rápido… El festival de primavera se acerca y lo necesitamos más rápido». Le exigían cada día.
La hechicera se sentía triste y enfadada por esas muestras de desconsideración, pero aun así, seguía trabajando y tratando de cumplir los deseos de los pajaritos. Algunos amigos se acercaron a ella y comenzaron a ayudarla, pues todo el mundo la quería por su enorme corazón; corazón que usaba en cada cosa que ella emprendía.
Entre todos, por fin consiguieron terminar las plumas mágicas, y la hechicera llamó feliz y orgullosa a los cinco pajaritos para que se las probaran. Enfundados en ellas, parecían criaturas celestiales, deslumbrantes, tan, tan hermosos… Ella resplandecía de orgullo por el trabajo bien hecho y ellos… Bueno, ellos se miraron y remiraron y pensaron que aún les faltaba algo para ser más grandiosos.
—¿Por qué no nos consigues unas coronas de nube? —le pidieron, no muy agradecidos con el trabajo que ella ya había desempeñado.
La hechicera se sintió un poco decepcionada por su reacción, pero miró a su amado y él le pidió que por favor lo hiciera. Ella lo amaba y deseaba su felicidad, así que, aunque estaba muy enferma, les dijo que sí, que tendrían sus coronas de nubes para completar su traje.
Pero no había nubes buenas en esos días y ella estaba tan, tan cansada… Le costaba bastante hacer el nuevo trabajo. Los pajaritos comenzaron a ponerse nerviosos y a meter prisas.
—El festival se acerca, necesitamos las coronas ya.
—No puedo tenerlas tan pronto. Es un trabajo muy delicado y yo estoy enferma —les dijo ella.
A ellos no les gustó esa explicación y decidieron contratar al hámster artesano para que les hiciera unas coronas de algodón, unas coronas artificiales que nada tenían que ver con el sueño de nubes que la hechicera les había prometido si solo tenían un poco de paciencia. Pagaron al hámster artesano un precio que nunca le habían ofrecido a ella por entregar toda su vida en ese trabajo, y decidieron que ya no la necesitaban, que ellos podrían continuar solos sin su ayuda.
Cuando se vio apartada radicalmente de todo lo que había sido su vida durante tanto tiempo, la hechicera se sintió destrozada. Llorando, fue a hablar con su amado y él le dijo que la quería, que estaba muy satisfecho y le gustaba su trabajo, pero que los otros pajaritos se habían enfadado porque no había podido hacer las coronas de nube más rápido.
—¡Pero no están siendo justos conmigo! —le dijo a su amado—. Tú lo ves, ¿verdad? ¿Ves que están siendo malos conmigo?
—Lo veo y lo siento, porque yo te amo mucho —le dijo él con cara triste—. Pero ellos son mi grupo, el festival está cerca, y quiero que seamos los mejores. Así que yo iré siempre con ellos, y aceptaré todo lo que decidan, porque mi objetivo es brillar mucho y no lo puedo lograr sin ellos.
Y así, sin él darse cuenta siquiera de lo que había hecho, con un te quiero la alejó de su vida y le rompió el corazón.
El día del festival, los pajaritos subieron al escenario con sus mágicos trajes de plumas. Los demás animales gritaban entusiasmados, cegados por tanta belleza. Eran sublimes, hermosos, brillantes, magistrales… Pero lo que ellos ignoraban era que la magia de toda hechicera reside en su corazón, y a la nuestra el suyo se le había roto en mil pedazos. Poco a poco, las luces de sus nuevas plumas se fueron apagando. Lo que antes era un arcoíris de color, comenzó a volverse gris y, después, de un negro intenso. Los cinco pajaritos eran brillantes y hermosos aún, pero era una hermosura oscura, siniestra y de mal agüero.
Se miraron desconcertados, pues su público ya no les aplaudía con igual entusiasmo. No obstante, recordaron que, a pesar de sus plumas negras, ellos aún tenían su talento. Así pues, siguieron cantando, y lo hicieron bien, pues sus voces eran potentes. Sin embargo, vieron en seguida que algo había cambiado en ellas, que ya no eran como lo habían sido al principio. Y es que ellos, los cinco pajaritos cantores, habían sido grandes porque cantaban con el alma; pero en los últimos meses, casi sin darse cuenta, ellos la habían perdido.
Desde entonces, puede vérseles rondando los cementerios y los lugares donde hay muerte, porque alguien les dijo que en estos sitios existen muchas almas perdidas sin dueño. La gente los llama «cuervos» ahora, y vagan por el mundo buscando restaurar sus almas, recuperar lo perdido; y su canto es triste y frío, como el color de sus plumas.
En el bosque, los amigos de la hechicera, que eran muchos, no soportando su dolor, se pusieron de acuerdo y comenzaron a trabajar en un nuevo corazón para ella. No tardaron demasiado en terminarlo y, cuando lo sacó de la caja de colores en la que lo habían envuelto, se quedó maravillada de lo bonito y dulce que era. Sin embargo, cuando ya se lo iba a poner dentro del pecho, se dio cuenta de que este corazón tenía una pequeña mácula en una esquinita.
—Esa manchita —le dijo uno de sus amigos— la hemos dejado ahí a propósito, para que jamás olvides esta experiencia. Para que siempre recuerdes que, aquel que te ame de verdad, sabrá que tú eres demasiado especial para entregar tu vida y tu corazón por nadie, y, por tanto, nunca, nunca te pedirá que lo hagas.
Y colorín colorado, mi paranoia loca, se ha terminado.
ESTEFANÍA JIMÉNEZ