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LA HECHICERA DEL BOSQUE Y LOS CINCO PAJARITOS


ILUSTRACIÓN DE INGRID GALA

ILUSTRACIÓN DE INGRID GALA

¡¡¡Hola de nuevo!!! Después de muuuuchos días sin actualizar ninguno de mis blogs, vuelvo con una entrada muy especial para mí 🙂

No voy a buscar excusa. Es cierto que he estado ocupada, algo perjudicadilla de salud y distraída con mil cosas, pero supongo que no es excusa para dejar de publicar por aquí. En cualquier caso, confío en que se me pase la pereza y me ponga las pilas con la entrada del curso 😛

Hoy os traigo un cuentecito que escribí hace un tiempo para alguien muy especial que pasaba un mal momento. No tenía intención de publicarlo, iba a ser algo solo para ella, pero resulta que esta personita es mágica y no se le ocurrió otra cosa que ilustrar mi modesto cuentecillo con esta pedazo de ilustración que veis aquí, así que, como comprenderéis, ¡tenía que enseñarlos ambos!!!!

¿Por qué hoy? ¡¡Porque esta personica tan maravillosa cumple años!! Eso es, y me ha parecido una manera bonita de felicitarla. Así que, va de nuevo por ti, señorita Ingrid Gala. Te deseo un millón de «nuncas». Nunca cambies, nunca me dejes, nunca borres tu sonrisa, nunca dejes de crear, nunca pierdas tu magia, nunca te dejes pisar, nunca dejes de crecer, ¿he dicho que nunca me dejes? ¡¡Nunca!!! Porque desde que te tengo la vida parece más bonita.

¡¡¡¡Te quiero!!!!!!!!

P.D. Los personajes de este cuento son inventados y no es culpa mía si guardan alguna semejanza con alguien real… O sí, ¿de quién va a ser la culpa sino mía? Jajajaja Lo que quiero decir más bien es que, si alguien se pica, como dicen en mi pueblo: agua y ajo, ea. 

ESTEFANÍA JIMÉNEZ

 

 LA HECHICERA DEL BOSQUE Y LOS CINCO PAJARITOS

Hace muchos, muchos años, vivían en un enorme bosque cinco pajaritos cantores, que hacían las delicias de todos aquellos que los conocían con sus melodías. Y es que, no solo eran talentosos y divertidos, sino luminosos, pues cantaban por el simple hecho de que eso les hacía felices; y por ello y para ello, los pajaritos ponían su alma en su música.

Una tarde de otoño, el gran colorín del bosque les ofreció participar, como cabeza de cartel, en el famoso festival de primavera que se organizaba cada año en el bosque. Los cinco pajaritos se pusieron muy contentos, y desde el primer momento empezaron a hacer planes para que aquel festival resultara memorable para todo el mundo.

El talento ya lo tenían, solo hacía falta ensayar un poco; sin embargo, tras echarse un vistazo objetivo los unos a los otros, se dieron cuenta de que sus plumas marrones y sin brillo no eran suficientemente llamativas para un festival de esas características. Sí, quizás todos los adoraran por su música, pero ellos se sentían en deuda con sus seguidores y deseaban darles mucho más. Deseaban ser hermosos y luminosos para ellos.

A uno de los pajaritos se le ocurrió la idea de acudir a la hechicera del bosque para pedirle ayuda, pues de todos era conocido que ella era mágica y poderosa, así como bondadosa.

Cuando llegaron a su cabaña, este pajarito quedó prendado por la belleza de la hermosa hechicera nada más verla; y ella, al verse en sus ojos llenos de amor, en su voz llena de alma, no pudo menos que enamorarse también de él. Por supuesto, aceptó ayudarlos en todo lo que pudiera, por el sencillo hecho de que ella era feliz viendo al pajarito sonreír.

Y así comenzó a trabajar día y noche, sin descanso, construyendo unos trajes de plumas mágicas para ellos, para lograr que el día de festival se vieran tan grandiosos como las estrellas.

Trabajó y trabajó, usando un sorbo de espuma de mar, un poco de luz de estrellas, una pizca de rayos de sol, un pellizco de arcoíris. Trabajó y trabajó, sin importarle otra cosa que esa sonrisa que a ella hacía sonreír. Trabajó tanto que incluso olvidó que ella también tenía una vida y debía vivirla. Tanto que no recordó que las hechiceras no pertenecen a este mundo, y que la suciedad y maldad en él tienden a provocar efectos devastadores en sus cuerpos delicados y puros. Así pues, durante el tiempo que trabajó en las plumas nuevas de los cinco pajaritos, nuestra pequeña hechicera olvidó visitar el mundo mágico, algo que era vital para ella, pues solo allí podía renovar la energía que necesitaba para mantenerse fuerte. Poco a poco, su cuerpo comenzó a sentir los estragos de permanecer mucho tiempo sin esa energía y enfermó. El exceso de trabajo no hizo sino empeorar su estado, pero ella solo podía pensar en llevar felicidad a sus amigos los pajaritos, y, especialmente, a su amado.

Sin embargo, contrariamente a lo que cabía esperar, los pajaritos no parecían sentirse felices con sus progresos. Por el contrario, cada vez le exigían más y más. «Más brillo, más luz, más sol, más arcoíris… Y más rápido, más rápido… El festival de primavera se acerca y lo necesitamos más rápido». Le exigían cada día.

La hechicera se sentía triste y enfadada por esas muestras de desconsideración, pero aun así, seguía trabajando y tratando de cumplir los deseos de los pajaritos. Algunos amigos se acercaron a ella y comenzaron a ayudarla, pues todo el mundo la quería por su enorme corazón; corazón que usaba en cada cosa que ella emprendía.

Entre todos, por fin consiguieron terminar las plumas mágicas, y la hechicera llamó feliz y orgullosa a los cinco pajaritos para que se las probaran. Enfundados en ellas, parecían criaturas celestiales, deslumbrantes, tan, tan hermosos… Ella resplandecía de orgullo por el trabajo bien hecho y ellos… Bueno, ellos se miraron y remiraron y pensaron que aún les faltaba algo para ser más grandiosos.

—¿Por qué no nos consigues unas coronas de nube? —le pidieron, no muy agradecidos con el trabajo que ella ya había desempeñado.

La hechicera se sintió un poco decepcionada por su reacción, pero miró a su amado y él le pidió que por favor lo hiciera. Ella lo amaba y deseaba su felicidad, así que, aunque estaba muy enferma, les dijo que sí, que tendrían sus coronas de nubes para completar su traje.

Pero no había nubes buenas en esos días y ella estaba tan, tan cansada… Le costaba bastante hacer el nuevo trabajo. Los pajaritos comenzaron a ponerse nerviosos y a meter prisas.

—El festival se acerca, necesitamos las coronas ya.

—No puedo tenerlas tan pronto. Es un trabajo muy delicado y yo estoy enferma —les dijo ella.

A ellos no les gustó esa explicación y decidieron contratar al hámster artesano para que les hiciera unas coronas de algodón, unas coronas artificiales que nada tenían que ver con el sueño de nubes que la hechicera les había prometido si solo tenían un poco de paciencia. Pagaron al hámster artesano un precio que nunca le habían ofrecido a ella por entregar toda su vida en ese trabajo, y decidieron que ya no la necesitaban, que ellos podrían continuar solos sin su ayuda.

Cuando se vio apartada radicalmente de todo lo que había sido su vida durante tanto tiempo, la hechicera se sintió destrozada. Llorando, fue a hablar con su amado y él le dijo que la quería, que estaba muy satisfecho y le gustaba su trabajo, pero que los otros pajaritos se habían enfadado porque no había podido hacer las coronas de nube más rápido.

—¡Pero no están siendo justos conmigo! —le dijo a su amado—. Tú lo ves, ¿verdad? ¿Ves que están siendo malos conmigo?

—Lo veo y lo siento, porque yo te amo mucho —le dijo él con cara triste—. Pero ellos son mi grupo, el festival está cerca, y quiero que seamos los mejores. Así que yo iré siempre con ellos, y aceptaré todo lo que decidan, porque mi objetivo es brillar mucho y no lo puedo lograr sin ellos.

Y así, sin él darse cuenta siquiera de lo que había hecho, con un te quiero la alejó de su vida y le rompió el corazón.

El día del festival, los pajaritos subieron al escenario con sus mágicos trajes de plumas. Los demás animales gritaban entusiasmados, cegados por tanta belleza. Eran sublimes, hermosos, brillantes, magistrales… Pero lo que ellos ignoraban era que la magia de toda hechicera reside en su corazón, y a la nuestra el suyo se le había roto en mil pedazos. Poco a poco, las luces de sus nuevas plumas se fueron apagando. Lo que antes era un arcoíris de color, comenzó a volverse gris y, después, de un negro intenso. Los cinco pajaritos eran brillantes y hermosos aún, pero era una hermosura oscura, siniestra y de mal agüero.

Se miraron desconcertados, pues su público ya no les aplaudía con igual entusiasmo. No obstante, recordaron que, a pesar de sus plumas negras, ellos aún tenían su talento. Así pues, siguieron cantando, y lo hicieron bien, pues sus voces eran potentes. Sin embargo, vieron en seguida que algo había cambiado en ellas, que ya no eran como lo habían sido al principio. Y es que ellos, los cinco pajaritos cantores, habían sido grandes porque cantaban con el alma; pero en los últimos meses, casi sin darse cuenta, ellos la habían perdido.

Desde entonces, puede vérseles rondando los cementerios y los lugares donde hay muerte, porque alguien les dijo que en estos sitios existen muchas almas perdidas sin dueño. La gente los llama «cuervos» ahora, y vagan por el mundo buscando restaurar sus almas, recuperar lo perdido; y su canto es triste y frío, como el color de sus plumas.

En el bosque, los amigos de la hechicera, que eran muchos, no soportando su dolor, se pusieron de acuerdo y comenzaron a trabajar en un nuevo corazón para ella. No tardaron demasiado en terminarlo y, cuando lo sacó de la caja de colores en la que lo habían envuelto, se quedó maravillada de lo bonito y dulce que era. Sin embargo, cuando ya se lo iba a poner dentro del pecho, se dio cuenta de que este corazón tenía una pequeña mácula en una esquinita.

—Esa manchita —le dijo uno de sus amigos— la hemos dejado ahí a propósito, para que jamás olvides esta experiencia. Para que siempre recuerdes que, aquel que te ame de verdad, sabrá que tú eres demasiado especial para entregar tu vida y tu corazón por nadie, y, por tanto, nunca, nunca te pedirá que lo hagas.

Y colorín colorado, mi paranoia loca, se ha terminado.

ESTEFANÍA JIMÉNEZ

 

 

 

LA ESPOSA DEL BARÓN


Hola de nuevo. Sé que tengo varias cositas pendientes de publicar, muchas de ellas de gente maravillosa que confía en mí. Soy un petardo, lo sé, siempre ando con un millón de cosas y me queda poco tiempo para el blog. Pero sabéis que os publico seguro 😛

Sin embargo hoy me apetecía mucho enseñaros este relato que escribí hace un tiempo y que ahora aparece en una antología, que reúne todos los relatos participantes en el certamen FantastiCS de microrrelato de 2013.

Imagino que debe ser un libro estupendo, aunque aún no he podido comprarlo. Sin embargo, no me cabe duda, porque la temática es muy atrayente, y hay auténticos artistas de las letras por ahí.

El libro se llama «La parca de Venus» y lo podéis adquirir AQUÍ.

Bueno, pues como os decía, aquí os dejo mi humilde aportación a esta antología. Espero que os guste 😉

EST. J.A.

LA ESPOSA DEL BARÓN

–¿Por qué? Dios mío, ¿por qué? –repito sin dejar de mover la cabeza con espanto. Aguanto mi pañuelo contra los labios, me escuecen los ojos, creo que voy a vomitar.

–¿Por qué? ¿Acaso los hombres de ciencia no entienden de cosas del corazón? –me dice el barón con desprecio mientras lanza una mirada de adoración hacia la cama–. Porque la amo y jamás dejaré que nos separen. Su padre no deseaba nuestra unión pero ella me ama también y aceptó ser mi esposa. Yo la cuidaré siempre.

–Dice que ella lo ama ¿cómo es eso posible? –Aspiro hondo y el hedor me golpea, puedo paladearlo en el cielo de la boca, necesito aire y retrocedo de espaldas hacia la puerta.

–¡Me ama! –brama él con los ojos inyectados en sangre–. No hacen falta las palabras. Me lo dice el sabor de sus labios cuando los beso, su piel cuando la acaricio. Cada noche cuando le hago el amor, cuando despierto junto a ella. Me ama y yo la amo.

–¡Dios mío! –repito horrorizado y mis ojos regresan sin poder evitarlo a la abominación que yace en la cama. A aquel rostro morado e hinchado, a esas cuencas sin ojos en las que reptan decenas de gusanos, a esa boca rígida de dientes amarillos–. ¡Está usted loco!

–¡De amor! –grita colérico–. Ahora ella es mía para siempre. ¡No, jamás nos separarán!

–¿No entiende que ella murió? ¡Por Dios, la tisis se la llevó hace más de un mes! ¿Cómo pudo robar su cadáver? ¿Cómo puede…? –Mi cuerpo se sacude y esta vez no logro controlar el vómito. El estómago de la desdichada hace días que estalló, hinchado por los gases y la putrefacción, salpicando de inmundicia su camisón de seda.

–La amo –repite el barón suavemente. Aún trato de controlar las convulsiones de mi estómago cuando escucho horrorizado cómo la puerta se cierra a mi espalda, sus pasos, su aliento junto a mi oído. Solo tengo un segundo para mirar hacia la ventana, solo un latido para entender que nadie sabe que estoy aquí, que nadie vendrá a por mí; antes de ver la sombra del atizador bajar sobre mi cabeza–. Ella es mía. ¡Jamás nos separarán!

 ESTEFANÍA JIMÉNEZ

ELLA, LA GRAN SEÑORA-MARINERO


¡¡¡¡Hola a todos!!!!

Hace mucho tiempo que no publico nada mío y hoy me apetece darme una sesión de vanidad de las mías 😛

Bueno, es mentira, la realidad es que tenía este cuadro precioso de Tere y no sabía con qué texto ponerlo. Entonces he recordado que tenía un relato sobre el mar y me ha parecido una combinación bonita 😀

Así que nada más. Espero que os guste la entrada.

Estefanía J.A.

marinero

«MARINERO» MARÍA TERESA GARCÍA ARENAS

ELLA, LA GRAN SEÑORA.

Perdidos. Aquello era ya una certeza. Las nubes no dejaban ver la luna y sin ella no quedaba esperanza.

Las olas golpeaban la barca con furia y el traqueteo se volvía más violento a medida que el viento soplaba.

Hacía ya demasiado tiempo que habían perdido sus remos y navegaban a la deriva por un mar enfurecido. Ambos hermanos se lanzaban miradas angustiadas mientras la fuerza de la lluvia golpeaba sus rostros aterrados.

El gran Taranis, dios del cielo y el trueno, vociferaba sobre sus cabezas. Parecía burlarse de ellos que habían osado intentar siquiera atrapar uno de los grandes señores del mar.

-¡Estúpidos humanos mortales! -Parecía gritar entre risas malévolas.

Y Morrigan, la muerte y la destrucción, acechaba en cada ola, agitaba sus cabellos congelados en cada golpe de viento.

¿Qué se habían creído? ¿Realmente pensaban que podían atrapar una ballena ellos solos? Aquellas criaturas grandiosas podían ser ángeles benévolos que aplacaban la miseria en los largos inviernos para todos los habitantes del castro, pero también sabían ser demonios gigantes y esquivos en alta mar, allí donde la realidad se confunde demasiado a menudo con las pesadillas.

Había sido difícil dar con ellas, eran astutas esas criaturas monstruosas, pero ellos eran “héroes” y su pueblo pasaba hambre aquel terrible invierno. No tuvieron miedo mientras las perseguían por aquel mar inhóspito en su precaria barca de pesca. Los sueños de grandeza y de reconocimiento avivaban sus jóvenes corazones.

Sin embargo, una vez las hubieron avistado… Eran tres, dos enormes y una cría que les parecía una pequeña montaña allí en aquella inmensidad gris que era la mar en esa época de tormentas.

De repente todos sus sueños cayeron al agua. Las enormes olas los sepultaron. Jamás lograrían cazar una ballena con sus arcos, aquellos animales los barrerían de un solo coletazo, haciéndolos desaparecer por siempre.

El miedo les atenazó entonces y recordaron los consejos del viejo druida: No había que enfurecer a la mar.

Aun así, ellos, imberbes ignorantes, habían desoído sus consejos y se habían hecho a la mar aquella misma mañana, haciendo caso omiso de las amargas lágrimas de desesperación de su pobre madre que ya había visto cómo la gran señora de las aguas devolvía el cadáver sin vida de su esposo en una ocasión. ¿Acaso realmente habían creído ellos que podrían superar a su padre, avezado pescador, bien conocedor de la crudeza de la mar y que aun así le había entregado su vida?

Las ballenas habían huido al descubrir su presencia y ellos no fueron capaces ni siquiera de mover un dedo. Estaban aterrados. Las dejaron marchar, sabían que la culpa los perseguiría siempre, pero… ¿qué podían ellos ante aquellos grandiosos seres?

Y después llegó el castigo a su osadía. Una gran tormenta descargó su furia terrible sobre ellos. Los dioses estaban furiosos por su estupidez y ellos no podían hacer nada por aplacarlos. Morrigan les había arrancado los remos con furia. Ahora, aferrados a la barca, solos en aquella noche eterna y brutal, parecían escuchar sus risas ansiosas, los reclamaba a su lado, pero antes quería divertirse con ellos.

De nada sirvieron sus plegarias ni promesas. ¿Quién escuchaba sus llantos desesperados cuando la pequeña barca volcó arrojando sus cuerpos al agua helada?

Las olas se dieron un festín con sus impotentes lágrimas. El cielo se alzaba amenazador y poderoso, descargando sus truenos sobre ellos. Mas su poder parecía debilitarse para aquellos ojos vidriosos, hinchados e irritados por la sal.

De repente todo sonido desapareció de sus oídos y la percepción que tenían de la realidad se emborronó, sus cerebros embotados por la presión del agua.

Sus cuerpos se hundieron bajo la espuma, y ellos casi esperaron con dulzura la muerte, pues ella significaba el fin del miedo y el sufrimiento.

Sin embargo, mientras sus cuerpos se perdían en la negrura de las profundidades, ajenos ya casi a todo lo que suponía vida, una luz brillante penetró la pesadez de sus párpados heridos.

Ambos hermanos pudieron verla mientras aquel destello fue en aumento cuando se acercaba a ellos. Una figura flotaba en medio de la luz, hermosa y perfecta. Una criatura del mar, como tan solo en los cuentos podría encontrarse.

Su pelo largo se confundía con las algas que teñían el mar de verde, su cuerpo era sedoso como la espuma de mar que cubría su perfecta desnudez.

Se acercó a los hermanos que la veían con total claridad, como si sus ojos no estuvieran castigados por el salitre. Pudieron oler su perfume, como si sus narices no fueran fuego a causa de la sal. Ella los miró y sus ojos eran dos estrellas plateadas, dos lunas líquidas en pozos enormes y profundos en los que ambos se perdieron irremediablemente.

Cuando la criatura despegó los labios, sus paladares percibieron sabor a miel, su aliento despedía el perfume del brezo fresco. Ambos se sintieron perdidos para siempre en aquella dulzura.

De repente sintieron que nada había allí arriba para ellos. Sus vidas siempre habían pertenecido al fondo del mar. Si aquello era la muerte, para nada querían la vida. Si la vida suponía no volver a verla, no querían volver a sentir el aire en sus pulmones.

Ambos abrieron la boca, como guiados por un hechizo al que no querían escapar, boquearon frenéticos, queriendo llenar sus pulmones de la mortal agua del mar que les daría la vida eterna junto a aquella criatura que era más que cualquier deseo, ella era todos los sueños que jamás hubieran tenido.

Entonces la hermosa mujer sacudió la cabeza con una sonrisa que irradiaba magia. Acarició sus rostros y con aquel gesto les negó la entrada del agua a sus pulmones. Volvió a negar con su cabeza y su pelo flotó alrededor de ellos arropándolos con su seda.

En ese momento sintieron, más que escucharon, aquella voz que era música:

-“No necesito dos” -Y estampó un beso dulce y sensual en los cortados labios del hermano mayor.

Las olas lo golpeaban despiadadamente, la sal le hería la piel agrietada y herida. La arena y las conchas se clavaban en su espalda. Sentía que un fuego ardía implacable en sus pulmones mientras el boqueaba tratando de atrapar todo el aire. Tenía una sed terrible y era incapaz de abrir los ojos.

“¿Dónde estoy pensó?” Y algo en el susurro del mar le hizo recordar la dulzura de aquel beso que le había devuelto el aire y lo había arrastrado de regreso a la vida. ¡La vida! ¡Oh, no quería la vida cuando aún podía saborear aquellos labios!

-¿Dónde estás? ¿Por qué me alejas de ti? ¿Por qué no me quieres? -Sus gritos apenas eran ladridos roncos e ininteligibles-. ¿Dónde estás?

-¡Aquí! ¡Oh, mi pequeño, mi dulce pequeño! Aquí, estoy aquí -era la voz angustiada de su madre la que escuchaba, la voz de ella se había esfumado por siempre-. ¡Has vuelto conmigo, mi niño! La mar te ha devuelto a mí pues sabía que sin mis dos hijos yo moriría. ¡Gracias mi señora, gracias!

La mar jamás devolvió el cuerpo del hermano menor y su pobre madre lloró su muerte resignada y agradecida de que la gran señora le hubiera devuelto al menos a uno de sus hijos.

Y él regresó a la vida… Pero ya no la sintió así. El mundo se había vuelto oscuro, nada brillaba como ella. La luna se volvió gris, nada iluminaba igual que sus ojos. Las flores perdieron su perfume y nada endulzaba ya su paladar. Todo había acabado para él.

Tan sólo en las noches, cuando desesperado acudía a la orilla del mar a lanzar sus súplicas al firmamento, lograba captar el eco de su voz en el sonido de las olas al arrastrarse por la arena. Y era entonces más que nunca cuando se preguntaba: ¿por qué no me elegiste a mí?

ESTEFANÍA J.A.

NECESITO LA ETERNIDAD


Una cosita que rondaba en mis carpetas. Uno de esos botes de conserva que suelo utilizar… Explicaré lo de los botes de conserva. Ya no suelo escribir poesía como antes, no soy muy buena en eso, la verdad. Sin embargo, a veces me vienen pensamientos, sentimientos y me pongo a escribir, y los suelto, así, sin trabjar demasiado el poema ni nada. 

Suelo usar mucho esto para escribir un libro, escribo poemas con esos sentimientos y sensaciones que en ese momento me vienen. Por ejemplo, si estoy pensando en una escena, en lo que quiero plasmar en ella, escribo todo lo que me viene antes de que el momento pase. No se trata de inspiración, ni tiene que ver con la historia, es como una despensa de sensaciones y sentimientos 😀

Cuando pasa el tiempo las leo y, a veces, me parecen bonitas, o pasables 😀 Esta es una de ellas.

NECESITO LA ETERNIDAD

Cuando el tiempo se acabe,

cuando el sol se marchite,

sin la luz de sus ojos,

mi sangre no fluirá.

De qué puede servirme un instante.

De qué unos breves besos,

cuando necesito la eternidad.

Cuando el alma descanse

y los sueños dejen de brillar,

cuando las pesadillas cobren vida

y no esté él al despertar,

de qué servirían sus suaves caricias,

en un segundo sin más.

De qué, cuando mi vida entera clama por él,

para siempre, por toda la eternidad.

Cierro los ojos a la realidad,

que está a mi lado y me hace amar.

Pero no puedo dejar de pensar en lo que vendrá.

Que se marchará, me dejará sola,

que nunca volveré a respirar.

¿Cómo viviré con la imagen?

Sus ojos vacíos, su voz apagada.

¿Cómo seré capaz de continuar?

Sin sus palabras junto a mi oído,

sin sus manos en mi espalda,

sin el sol de su  sonrisa,

sin el calor de su mirada.

ESTEFANÍA JIMÉNEZ A.

ESA ESTRELLA FUGAZ


¡¡¡Hola!!! Aquí estoy de nuevo, esta vez me apetecía escribir alguna cosilla cortita, y, bueno, como viene siendo habitual en mí, me ha salido uno de esos cuentos deprimentes y grises 😦 Lo siento, algo debo tener en la cabeza que me hace escribir nubes cuando me planteo una historia corta.

En fin, en cualquier caso, ahí la dejo 😀 Espero que os guste.

ESA ESTRELLA FUGAZ

Te busqué tanto que no supe verte. Yo que siempre había creído que algo en mi pecho te reconocería… pero qué absurdas me parecen ahora todas esas visiones románticas. El amor es mucho más mundano que todas esas imágenes que leemos en los libros.

Tú estabas aquí, junto a mí. Estuviste siempre cerca. Usé tu hombro como paño de lágrimas, abracé tu cuerpo como apoyo en mis pesares. Reí contigo y compartí mis mayores alegrías, soñé a tu lado y te conté mis más hondas fantasías. Eras tú el que siempre me preguntaba cómo estaba, eras tú el que sabía el momento de callar y el de insistir. Siempre fuiste tú el que se sintió feliz cuando veía una sonrisa en mi rostro y el que lloraba mis lágrimas.

Y, sin embargo, yo buscaba una luna lejana, un destello fugaz que había intuido en mi corazón de romántica pasada de moda y no supe verte. No supe hacerlo y un día volví mi vista hacia ti, te necesité como siempre, y descubrí que tu mirada se había tornado oscura. Jamás podré explicar el miedo que sentí entonces, el frío. ¿Dónde estaban esos cálidos ojos, dónde ese brillo que los acompañaba?

Tanto, tanto te busqué… ¿Cuántas veces te lo dije? Que te buscaba, sin saber que eras tú al que buscaba. ¿Cuántas veces tuviste que sufrir mi estupidez? ¿Cuánto dolor soportó tu alma por mi culpa?  Tus ojos me lo dijeron aquel día: tú habías estado sufriendo solo tu propio infierno y yo jamás lo supe ver.

Y entonces aprendí que algo de real sí que contienen los libros románticos: que toda historia tiene un final, y no siempre ha de ser feliz. Lo entendí tarde, cuando me dijiste adiós, besaste mi mejilla, me entregaste esa carta y entraste en el coche. Cuando regresé a buscarte más tarde y ya no estabas, cuando caminé ciega buscándote por las calles, sabiendo que jamás regresarías.

No sé las veces que releí tu carta de despedida. Las palabras rebotaban en mi mente y no conseguía entenderlas. En realidad no era tan difícil, ¿no?

Las señales eran claras… Ahora, demasiado tarde, me doy cuenta de lo claras que eran, pero no las vi. No vi nada, tan solo mis fantasías y mis sueños egoístas. Sin embargo tú jamás dijiste nada. Ninguna queja, ninguna crítica, ningún reproche. Solo amor, amistad y apoyo, mientras tú te consumías lentamente a mi lado.

Fue la novena vez que leí tu carta cuando al fin las letras cobraron sentido en mi mente abotargada que se negaba a aceptar la realidad: “Te quiero. Lo hago y siempre supe que lo haría hasta el día de mi muerte, sabiendo que me llevaría conmigo ese amor, como el más valioso tesoro. Ojalá pudiera decirte que mi despedida es temporal. Ojalá pudiera apartar la nube oscura que sé que ahora mismo se forma en torno a ti, pero esta vez soy incapaz ya que sé de sobra que ese día ha llegado. No llores mi muerte pues tú has sido el aliento en todos los años que he vivido. No quiero que me veas morir así que, por favor, no me busques. Perdóname por causarte dolor hoy y recuérdame con una sonrisa mañana. Deseo que al fin puedas encontrar esa estrella tan ansiada por ti, que no sea fugaz y se quede junto a ti para amarte como me gustaría hacer a mí.”

Lo siento, como siempre te he fallado. Ni siquiera puedo concederte tu último deseo, lo único que me has pedido en tu vida. Soy incapaz de contener el llanto hoy, mientras hablo con tu tumba como si aún estuvieras a mi lado, sintiéndome helada sin el calor de tus brazos a mi alrededor y sin tu hombro para enjugar mi llanto.

ESTEFANÍA J.A.